LONDRES: Fue en marzo de 2007 en Pekín, adonde yo había ido a ver un hermoso siheyuan —el patio tradicional de las casas chinas— al lado de la Ciudad Prohibida, cuando por primera vez noté que algo extra- ño pasaba con mis comunicaciones. Podía enviar correos electrónicos, pero no llegaban a sus destinatarios, y yo no recibía mensajes de teléfono.
Resultaba molesto porque yo estaba investigando la extraordinaria trayectoria de la propietaria de esa casa: Deng Ge Weng, más conocida como Wendi Deng (42 años), la bella esposa que Rupert Murdoch (80) exhibe como un trofeo. O también, su tigresa, la hermanita rompehuesos de China, como se la conoce en todo el mundo tras su actuación estelar esta semana, evitando que un indignado estampara una tarta de jabón de afeitar en la cara del magnate en plena comparecencia en el parlamento británico.
¿Era acaso una de las 4.000 víctimas de las operaciones de pirateo de News Corporation, por más que yo no fuera Hugh Grant ni Sienna Miller? En todo caso, mi reportaje sobre Wendi era conflictivo para los Murdoch, que se habían sentido agraviados por una biografía sobre la vida de Deng, publicada en 2000 en The Wall Street Journal, cuando todavía no era propiedad de Rupert.
Se conocen muchos detalles sobre esposas famosas como Hillary Clinton o las princesas Diana y Letizia de Asturias, pero muy poco de la esposa del mayor magnate de medios del mundo. Ha logrado mantenerse al margen hasta esta semana, cuando apareció en nuestras pantallas para proteger a un marido que le dobla la edad; sólo se han escrito dos reportajes en profundidad sobre la mujer que posiblemente herede el imperio periodístico: uno, el The Wall Street Journal; el otro, el mío.
Éste fue el reportaje que conmocionó a Rupert, quien entonces sabía muy poco acerca de su reciente (y casquivana) novia china. Wendi resultó no ser la princesa roja bien relacionada socialmente capaz de rendir China a los pies de su codicioso marido. Es posible que Deng sea una tigresa (o una depredadora solitaria y sin escrúpulos, ávida de riquezas, a la caza de multimillonarios de edad provecta), pero cuando vi cómo le largaba un guantazo al cretino que atacaba a su marido, no pensé en grandes felinos, sino en la estrella del voleibol dueña de un mate implacable que fue en su país natal.
«REVOLUCIÓN CULTURAL» Así es como la recuerdan también su entrenador de voleibol, Wang Chongsheng, y el director de su instituto, Xie Qidong. El señor Xie cuenta que Wendi tuvo que recuperar clases, porque «se quedó rezagada por su dedicación al voleibol. Tiene un espíritu rebelde e hizo grandes progresos. Yo diría que es inteligente».
Wendi ha sido una de las más sonadas exportaciones de China, una niña nacida en el seno de una familia modesta en diciembre de 1968, a la que le pusieron un nombre políticamente correcto, Wen Ge, que en chino mandarín es la abreviatura de «revolución cultural», como resultaba obligado en el caso de unos padres chinos en la siniestra época del maoísmo. El suyo ha sido un viaje extraordinario: hija de un ingeniero, criada en un pisito de tres habitaciones proporcionado por el Estado, que sale catapultada, antes de cumplir los 30 años, a la cama del que puede afirmarse que es el hombre más poderoso del mundo.
Cuando nació Deng Wen Ge —se cambió el nombre por el de Wendi cuando era una adolescente—, su futuro marido compraba la empresa londinense News Corporation of the World. Con dos hermanos más, creció en la ciudad china de Xuzhou, en el centro y al norte del país, cuyos habitantes tienen fama de no tener pelos en la lengua y de ser groseros. Su profesor, el señor Xie, que conocía bien a su familia, afirma que el padre de Wendi era, como mucho, un oficial de rango medio del partido en la industria siderúrgica estatal. «En aquellos tiempos no había posibilidad de llegar a ser alguien viniendo de ese sector», añade.
Wendi es conocida en China no por sus méritos personales, sino por ser la esposa, nacida allí, de un poderoso empresario occidental y por ser su embajadora personal; una mujer que ofrece una tarjeta de visita en la que se lee: «Wendi Deng Murdoch, News Corporation», con la esperanza de que los funcionarios con los que se relaciona reconozcan el apellido. Sin embargo, no hay ninguna certeza de que esos funcionarios vayan a servir de gran ayuda. Murdoch tiene (¿tenía?) poder en Occidente, pues las democracias le permiten tener influencia. China es un rígido estado de partido único, con pocas posibilidades para que un magnate extranjero de medios de comunicación los utilice para tener peso en el ámbito político. Un ejecutivo que trabajó con Wendi para News Corp en China sostiene que la señora Murdoch no es vista con buenos ojos en ciertos sectores de Pekín y que hay «casi desprecio por la forma en que se ha introducido en determinados círculos, lo cual no puede decirse que sea bueno para Rupert».
Los amigos de Wendi en Xuzhou, en cambio, hablan de ella con cariño. «Nos conocemos desde cuarto, estuvimos juntas durante toda la ense- ñanza media y vivíamos juntas, incluso nos prestábamos la ropa. Nunca me imaginé que Wendi fuera a tener tanto éxito», dice Li Hong, su amiga de la adolescencia.
Casada ahora con un policía que gana el equivalente a unos 211 euros al mes, Li está al tanto de la fascinante vida de Wendi en Nueva York, de su piso tríplex de más de 31 millones de euros frente a Central Park, de la ropa y las joyas que lleva y de sus apariciones en las páginas de sociedad de todo el mundo. Posee acciones de News Corp valoradas en 100 millones de dólares [unos 70,5 millones de euros], que su marido le regaló para prevenir futuras peleas con sus hijos mayores, James, Elisabeth y Lachlan, que nacieron de su matrimonio de 32 años con Anna. «Tiandi zhi bie!», exclama ella, un refrán mandarín que equivale a decir que la diferencia entre la Wen Ge con la que creció y la de Manhattan, madre de dos niñas del magnate, es la que hay «entre el cielo y la tierra». ¿Era ambiciosa? Según Li, «siempre quiso ir a EEUU. Y quería tener un montón de hijos».
‘ROMPEMATRIMONIOS’ En Los Ángeles, el primer marido de Wendi, Jake Cherry, no estaba muy dispuesto a hablar, pero a su ex mujer, Joyce, no le importa; todavía se está recuperando del trastorno que en 1987 supuso la irrupción de Wendi en su vida. Se llevó por delante su matrimonio cuando la familia Cherry estaba viviendo en China: «Fue una etapa muy difí- cil. No quiero que mis 15 minutos de fama giren en torno a Wendi Deng», manifestó.
Jake trabajaba en una empresa del sur de China que fabricaba frigoríficos cuando su intérprete le presentó a una estudiante que estaba deseosa de mejorar su inglés. Joyce tomó a Wendi a su cargo hasta que volvió a Los Angeles con sus dos hijos, mientras Jake se quedaba en China para terminar su contrato. Poco después del regreso de Joyce a EEUU, Wendi les comunicó su deseo de estudiar en Los Ángeles. Los Cherry la ayudaron a conseguir plaza en la Universidad de California y la avalaron para su visado.
Wendi compartía habitación con Kirsten, la hija de la pareja, de cinco años. Hasta que Joyce empezó a sospechar de las relaciones de Wendi con su marido, cuando encontró fotos un tanto desvergonzadas de la chica tomadas en la habitación del hotel de su marido en China. Joyce los echó a los dos de casa y ellos se trasladaron a un piso cercano. Se casaron en 1990.
La cosa no duró mucho. Cuatro meses después de casarse, Jake se enteró de que Wendi se estaba viendo con un hombre más joven, un norteamericano que hablaba chino mandarín, de nombre David Wolf, en la actualidad consultor en Pekín. Jake y Wendi se divorciaron en 1992, después de dos años y siete meses de matrimonio, siete meses más del plazo exigido para que a Wendi se le concediera la tan codiciada green card o tarjeta de residencia permanente en EEUU. Jake contó después desconsolado a The Wall Street Journal: «Me dijo que era como un padre para ella, pero que nunca iba a ser nada más. Yo la quería».
Su hija Kirsten ya no es amiga de la mujer con la que un día compartió habitación. «Me di cuenta de qué clase de persona era», me dijo. «Mi padre se casó con ella para que pudiera quedarse en el país. Es una bruja». «Tenía una meta y la alcanzó», afirma Joyce.
Wendi se mueve ahora en ámbitos diferentes. Terminó la carrera en 1993, trabajó el año siguiente en un gimnasio de Los Ángeles del que era dueño un medallista olímpico de oro, el chino Li Ning, y la familia Wolf (la de su segundo marido) avaló su ingreso en la Universidad de Yale, que exige a sus alumnos de Administración de Empresas un período de prácticas en una empresa. Wendi realizó las suyas en la Star TV de Murdoch, en Hong Kong, a raíz de coincidir en un vuelo con un ejecutivo de la cadena.
Un compañero suyo recuerda su primera semana de trabajo en mayo de 1996. «Allí estábamos todos para aprender, y aprender, y aprender, pero Wendi decía: “Yo voy a conocer chicos”. Así que entraba con todanaturalidad en los despachos, sin pedir permiso, y decía: “¡Hola! Soy Wendi, la de prácticas… ¿Y tú, quién eres?”. Era un espanto, pero ella seguía adelante, a lo suyo; de hecho, lo fue perfeccionando». Otro colega en Star TV, ahora ejecutivo, recuerda que era muy conocida entre el personal masculino extranjero, algo que, inevitablemente, daba pábulo a rumores. «Era ambiciosa, desde luego, pero no en el plano profesional de “voy a redactar yo sola un plan de empresa inmejorable”. Lo suyoera: “Voy a conocer a éste y al otro y a charlar con ellos”. Se aprovechaba de la amabilidad de los demás. Y, desde luego, que hay que reconocerle su mérito. Se presentaba ante los jefes, desplegaba sus encantos y empezaba a despegar».
«Yo estaba colado por ella», reconoce el ejecutivo. «Y todavía lo estoy. Si se le mete algo entre ceja y ceja, va a por ello como una apisonadora. No es un genio; es un amor, una chica para llevarla de fiesta, le encanta que todo el mundo se lo pase divinamente. Ahora bien, si Rupert se enamoró de ella por lo bien que le presentaba los planes de negocio en hojas Excel, entonces el señor Murdoch debería haberse casado conmigo», añade con sorna.
Los colegas de Wendi en Star empezaron a notar algo diferente en ella a finales de 1997 y principios de 1998. Le entraba la risa tonta, se tomó unas breves vacaciones en París y Londres. «Voy con mi nuevo novio, un chico mayor», decía. Volvió con regalos de alto valor. Un ejecutivo recuerda «una temporada extraña, cuando en la oficina empezaron a circular cotilleos. Luego empezamos a oír a Wendi giros que empleaba Rupert y a Rupert giros de Wendi».
¿Cómo se conocieron? Por Star TV circula la historia de que ella impresionó a Rupert en la oficina con un incisivo plan de negocio. Según otra, ella se coló en una cena a la que él asistía en Hong Kong y utilizó la estratagema de verter accidentalmente un poco de vino encima de él. Sin embargo, la historia que tiene más visos de realidad es que la enviaron a China para que hiciera de traductora de Rupert. El magnate y Wendi Deng se casaron el 25 de junio de 1999, pocas semanas después de que el señor Murdoch obtuviera finalmente el divorcio de Anna. El resto es una historia que todavía se está escribiendo. Ella ha pasado a ser su confidente más leal, mientras los demás han ido cayendo, incluidos, muy posiblemente, sus hijos mayores. Sin embargo, hay algo que parece seguro: su tigresa china estará muy presente en la mesa cuando News Corporation inevitablemente deba repartirse. A sus 42 años de edad, la larga marcha de Wendi Deng Murdoch desde su China natal ha sido más bien corta: un «gran salto adelante», pero no el que Mao tenía en mente.